Por elEditorial de elPeriódico (08 dic 09)
Los linchamientos estigmatizan a nuestro país como uno de los más salvajes e incivilizados del mundo y, con razón, sitúan al territorio guatemalteco entre los más peligrosos y con un altísimo riesgo personal.
Estos dantescos asesinatos, perpetrados por turbas encolerizadas, descontroladas y lideradas por incendiarios inescrupulosos que deciden hacer justicia por propia mano, están generalizándose en todo el territorio nacional, sin que las autoridades estatales puedan hacer nada para impedir estas prácticas malsanas que nos desnudan como una sociedad bárbara y sanguinaria.
Las poblaciones, presas del pánico debido a la total inseguridad e injusticia que reina en los lugares donde se asientan, deciden vengarse, con todo sadismo, de los presuntos delincuentes, a quienes identifican por oídas o rumores que se trasladan de boca en boca. La muchedumbre no repara en si el acusado es o no culpable; simplemente vuelca sobre él toda la ira acumulada, convirtiéndolo en una clásica víctima propiciatoria, propia de las épocas de los sacrificios humanos.
La víctima, sea culpable o inocente, muere en medio de un sufrimiento lento y terrible (golpeada, quemada viva o mutilada). El martirio sosiega a las gentes temporalmente hasta que el hartazgo y la incapacidad estatal las alebresta de nuevo. La turba desenfrenada atropella, destruye y liquida al que se le pone enfrente, en función de lograr su cometido de torturar y asesinar.
Preocupa sobremanera la cultura de muerte que prevalece en esta sociedad sin esperanza, aterrorizada y destrozada moralmente, en la que la vida humana no vale nada, que la única manera de sobrevivir es haciendo valer la ley de la selva y que no hay margen para la solución pacífica de las disputas y los conflictos.
Francamente, esta suerte de ajusticiamientos públicos no puede continuar en una sociedad que se precia de ser democrática y que dice regirse por un régimen de legalidad legítimo. El linchamiento no sólo hace temer a los delincuentes, sino que también a cualquier persona, ya que cualquiera (paisano, turista o transeúnte) que en mala hora ande por el respectivo lugar puede ser acusado injustamente por un delito y linchado en el acto. ¡Qué miedo! ¡Qué horror! ¡Qué tétrico! No podemos seguir de brazos cruzados. ¡Hagamos algo, por Dios!
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