23 September 2007

El método que persuadió a los pandilleros de Cerro Alto

Por Óscar F. Herrera
elPeriódico (23 sep 07)

El 17 de junio de 1996, Javier Cotzojay fue asesinado por desconocidos en el caserío Los Patzanes I, aldea Cerro Alto, en San Juan Sacatepéquez. Era el progenitor de Mynor Cotzojay.

En la misma fecha llegó a la escuela el nuevo profesor de primer grado. El niño que estudiaba en esa aula no mostraba cambios en su actitud después del suceso. “Mi primera impresión fue que no le había afectado la muerte de su papá, pese a que fue el mero Día del Padre”, refiere el docente.

Mynor no tenía comportamientos ajenos a un niño de 8 años, no se perdía la oportunidad de salir al recreo y, al igual que sus compañeros, gritaba con alegría cuando la campana de la escuela anunciaba que la jornada diaria había finalizado.

El docente, que ahora tiene 11 años de laborar en el plantel, se sorprendió cuando oyó el anuncio en la radio: Mynor, su ex alumno, es el chico que fue linchado el 9 de septiembre en el centro de la aldea.

Recuerda que el niño cursó hasta el tercer grado en el establecimiento y después de cambiarse de casa, no volvió a saber más de él. Algunos amigos y ex compañeros del joven refieren que este adoptó comportamientos hostiles y se dedicó a delinquir fuera de la aldea, y se animan a señalar que “ya había matado gente”.

Su mirada implacable parecía que encerraba resentimientos acumulados de varios años atrás. El día de las elecciones asaltó a un comerciante y esta acción fue la gota que derramó el vaso de la paciencia de los pobladores. Cuentan que varios meses atrás los hechos delictivos cometidos por delincuentes juveniles se incrementaron al punto que sucedían a plena luz del día.

Una turba lo capturó a pocos metros de la iglesia católica del lugar. Después de recibir golpes y un corte de arma blanca, gritaba confiado: “Ya los conocí y después de salir les va a tocar lo suyo. Solo tengo que pagar Q2 mil”. Las palabras enardecieron a la gente, que cambió la tunda por gasolina y fósforos.

Extorsiones a la orden

Algunos pobladores justificaban la acción, vociferando que la víctima tenía un listado de 60 tiendas de la comunidad que aguardaban ser extorsionadas. “A empresarios del transporte les pidieron Q100 mil que debían ser depositados en una cuenta bancaria en Banrural. Sin embargo, solo les depositaron Q25 mil”, refiere un vecino.

Pese a que los pobladores sabían con certeza que Mynor era uno de los líderes de la pandilla, lo veían pasar y bajaban la mirada, “por temor a represalias”.

Esa misma noche, estos acordaron patrullar la aldea con rondas realizadas por grupos de 40 hombres que recorren desde sus caseríos hasta el centro de la aldea, y viceversa.

Después del medio día. Del martes 11 de septiembre, otro pandillero asaltó a una anciana de 75 años, a quien obligó a desnudarse mientras la amenazaba con un machete en la mano. Le robó Q25.

Un grupo de patrulleros pasaba por el lugar y lo capturó. Los ánimos se caldearon de nuevo. La familia del delincuente lloraba tras la turba que lo llevaba rumbo al centro de la aldea, justo frente a la iglesia. La madre pedía ser ella la ajusticiada y el hijo se arrodillaba y clamaba perdón por sus “errores”.

En ese momento, su teléfono celular sonó y el padre respondió. Después de un tiempo de espera dijo: “Suéltenlo, porque acaban de llamar los pandilleros de Ciudad Quetzal, que ya vienen a salvarlo”. Sus palabras fueron como la chispa que empezó a encender el fuego. Los airados habitantes clamaban: “¡Quémenlo, quémenlo!”.

Un grupo de hombres con los rostros cubiertos ordenaron a un pandillero que horas atrás se había entregado, que rociara combustible al capturado si no quería correr su misma suerte. “Cuando agarró fuego, se levantó y corrió, pero por las llamas se cayó en una zanja. De ahí su familia se lo llevó”, cuenta un niño que cursa el cuarto grado de primaria, testigo del linchamiento.

Los pobladores no dejaron que el moribundo fuera llevado a ningún centro asistencial. Incluso, obligaron a una curandera del pueblo a que retirara un suero que minutos antes le había puesto, advirtiéndole que, de no hacerlo, la quemarían a ella también. Catorce horas después, el muchacho murió en su vivienda.

“Me entregué para que no me pase lo mismo”, susurró un joven en la fila mientras esperaba turno para ser fotografiado y plenamente identificado el domingo 16 de septiembre, cuando más de 200 supuestos pandilleros se rindieron ante las autoridades locales de Cerro Alto.


¿Y ahora qué?

Los pobladores buscan apoyo para introducir programas de reinserción de pandilleros, porque “no podemos dejarlos sin atención”, señala un dirigente de la aldea.

La noticia se propagó por distintos medios de prensa nacional e internacional. Instituciones no gubernamentales se acercaron a los dirigentes para ofrecerles asesoría en el asunto. “Trabajamos el tema de delincuencia juvenil en Antigua, Jocotenango, San Juan del Obispo y San Pedro Las Huertas. Propondremos realizar un diagnóstico social de estos muchachos”, indicó Juan Carlos Arrivillaga, director ejecutivo de la Asociación Gente Ayudando Gente.

“Estos jóvenes demandan de la comunidad que respondan a sus necesidades. Al no haber ninguna respuesta, esto puede terminar peor que la enfermedad”, apunta.

Narcóticos Anónimos ofreció conformar un grupo de ayuda mutua para apoyar a los adictos que delinquían para obtener drogas.

17 September 2007

Viven secuelas de violencia

Por César Pérez
Prensa Libre (17 sep 07)

San Martín Jilotepeque. El 16 de agosto recién pasado, los vecinos de esta localidad fueron testigos de una brutal pelea, al estilo del circo romano, en que dos hombres fueron obligados a pelear, a cambio de no ser linchados por una turba.

Un mes después de los hechos, la comunidad aún no se repone del trauma que le dejó ese acto de barbarie, aunque insiste en que es la única solución para frenar la delincuencia.

Comerciantes citaron que ha habido daños para el pueblo, pues ventas y turismo han disminuido; además del daño sicológico que sufren los niños, que viven pensando en la violencia.

Desprotegidos

El día del linchamiento, en la subestación de Policía sólo había un elemento; otros dos patrullaban en motocicleta, cuando fueron alertados de lo que ocurría en la plaza. Los motoristas se acercaron temerosos y pidieron apoyo a otras estaciones.

La subestación no tenía patrulla ni línea telefónica. En hechos como ese, varios factores coincidieron, como el que temen por su vida ante la falta de equipo y de personal.

Presa del temor

Hoy, los vecinos se han organizado en comités de seguridad, pues temen que desconocidos impulsen la violencia.

Después de las 20 horas, imponen una especie de toque de queda y cualquier persona puede ser sometida a registros e interrogatorios.

El gobernador departamental, Alejandro Jarquín, dijo que a consecuencia de lo ocurrido coordinó con el alcalde y la PNC para que se repare la patrulla que está fuera de servicio. Además, el comisario Robbyn Solares insistió en que es necesario que la población colabore con la Policía.

Ingrid Sucup, del Centro de Justicia, aseguró que los linchamientos son el reflejo de la falta de confianza por parte de la población hacia las autoridades.

Postura: Mata para vivir

El jueves 16 de agosto, tres desconocidos secuestraron al concejal Armando Velasco y se dirigieron, por equivocación, hacia la aldea Xezuj, donde el funcionario fue auxiliado por los lugareños.

Allí fue detenido Edwin Leonel Chonay, de 21 años, quien fue amarrado y golpeado por una turba. Minutos después, Benito Barán, 38, fue señalado de estafa y también fue vapuleado.

Finalmente, la turba decidió que ambos debían enfrentarse a golpes hasta que uno de los dos muriera.

Chonay asfixió a Barán con la misma cuerda con que los habían atado a ambos y después lo quemó.

Tema: Pierden identidad

Nelly Gómez, sicóloga de la Oficina de Atención a la Víctima del Ministerio Público, expresó que quien sobrevive a un linchamiento pierde su identidad social.

Agrega que linchadores y espectadores del hecho también son afectados por las secuelas de esa violencia.

Quien participa en un hecho de esa naturaleza, ¿lo podría volver a hacer?

Con facilidad. Se convierte en persona antisocial, criminal y despiadada. Pierde los valores humanos.

¿Cómo evitar que vuelvan a participar en un linchamiento?

Lo que ocurre es que un desorden mental crea un resentimiento personal, lo cual los obliga a comportarse de forma violenta, sin importarles el daño que ocasionen a los demás.