Por Gustavo Berganza
elPeriódico (1 may 06)
Capote fue estrenada en Guatemala en momentos en que el país es sacudido por un nuevo linchamiento en Sumpango. La película se inicia mostrando la muerte de una familia a manos de dos ex convictos y sintetiza el largo proceso por el cual Truman Capote transformó en novela lo que de otra forma hubiese quedado como una masacre más en los anales policíacos estadounidenses: el asesinato de una familia de Kansas por parte de dos ex convictos. La cobertura del linchamiento reportó, con diversos niveles de crudeza visual y verbal, la muerte de un hombre y una mujer a manos de una multitud que los señalaba como ladrones de niños. En ambos casos, el tema lo da un hecho violento que luego sirve de base para una narrativa. La diferencia estriba en el nivel de implicación emocional de los narradores con el evento, la relación con los protagonistas y las repercusiones que esto tiene tanto para quienes contaron la historia como para la sociedad.
En el caso de Capote, la cinta se centra en mostrarnos las estrategias utilizadas por Capote para acercarse al hecho y a sus protagonistas, en particular la manera como el escritor se ganó la confianza de uno de los asesinos. El vínculo entre escritor y acusado evoluciona desde el mero interés por lograr una historia hacia una relación plena de ambigüedades, en donde se mezclan el impulso homoerótico, la identificación mutua, basada en eventos biográficos similares y la compasión con el crudo interés personal del escritor en culminar exitosamente su novela. Una nota explicativa al final de la película nos informa que los hechos narrados en A sangre fría afectaron tanto a Capote que este ya no volvió a ser el mismo.
Uno se pregunta si el linchamiento de Sumpango les causó a quienes lo cubrieron una crisis de la envergadura que afrontó el genial narrador estadounidense. Y por otra parte, no sé hasta qué punto, la presencia de los periodistas, con su usual despliegue de cámaras y grabadoras, no habrá contribuido a convertir esa manifestación de ira en una performance, especialmente escenificada para las cámaras…
La cobertura del linchamiento genera, además, otro tipo de preguntas, que cuestionan las prácticas profesionales del periodismo. Ante un hecho así, ¿qué resulta más importante: poner distancia del hecho y lograr una cobertura “objetiva”, a pesar de que esto requiere mantenerse incólume ante el asesinato de dos personas, o dejar de lado los afanes profesionales y lanzarse a impedir la perpetración de esa violación del derecho a la vida y a la justicia? Desde la perspectiva de la propia supervivencia y ante la ausencia de recursos para oponerse, de plano lo más prudente fue dejar fluir la ira colectiva. Pero, ante esa perspectiva, ¿no es una forma de complicidad haber presenciado el hecho y documentarlo tan de cerca? ¿No es una manera de legitimarlo? Estas son preguntas para la cuales carezco de respuestas. Capote manipuló a los reos para su propio beneficio. Quienes cubrieron el linchamiento probablemente solo tenían el afán elemental de lograr una exclusiva, y no se plantearon ninguna disyuntiva ética ni moral. Tendremos que esperar un tiempo para decidir si la cobertura del linchamiento de Sumpango marcó algún cambio en la trayectoria del periodismo o en la manera como la sociedad reaccionó ante ese hecho. De eso dependerá para decidir si, tal como sucedió con A sangre fría, valió la pena haber documentado semejante manifestación de barbarie.
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