31 May 2008

Crimen y castigo

Por Jaime Francisco Arimany Ruiz
Prensa Libre

Hace unas tres semanas, camino a mi ofi-cina, venía escuchando radio en mi automóvil; al cambiar de estación y pasar por una de ellas, escuché una narración que, por el tono afligido de voz, llamó mi atención. En ella, un locutor estaba informando que tenían amarrados a dos presuntos asaltantes y que les habían rociado gasolina.

También narraba que la autoridad policíaca estaba solo observando, pues era un número muy pequeño, en comparación con la turba que rodeaba a los supuestos criminales. De repente se escuchó un grito desgarrador, y el locutor, con voz a punto de llanto, informaba que le habían prendido fuego a uno de ellos, quien, en esos momentos, era devorado por las llamas.

También indicaba que el otro, en su desesperación, había logrado zafarse de sus ataduras y escabullirse de quienes lo tenían sujeto. En esos momentos lo perseguían y le daban alcance los captores, quienes no pudieron aplicarle la llama fatal, pues, ante el impacto de tan horrendo acto, gran parte de las personas presentes empezaron a dispersarse, lo cual aprovechó la Policía para intervenir y evitar su linchamiento.

Han pasado muchos días, se escribieron algunos artículos, pero no vi, por lo menos en un punto destacado de los medios, las declaraciones de aquellos que pregonan y responden con airados artículos, defensores de los derechos humanos y religiosos, estar en contra de la pena de muerte a través de la ley.

Pareciera que estas personas, indiscutiblemente con buenas intenciones, se oponen a una pena de muerte ordenada por los tribunales de justicia en contra de criminales que han tenido derecho a la defensa en juicio, pero no se pronuncian con la misma intensidad contra el asesinato cometido contra presuntos criminales, que no tuvieron el derecho de defenderse para demostrar su inocencia.

Es cierto que la pena de muerte en el sistema de justicia de un país no disuade a todos los criminales, pero estoy seguro de que la gran mayoría de potenciales secuestradores y asesinos si supiera que el sistema de defensa ciudadana de un país contempla la pena de muerte, se tiene un buen sistema policial, se va rápidamente a juicio y se aplica inmediatamente la pena, se abstendría de cometer su crimen.

Si no lo cree, ¿por qué los criminales la aplican para hacerse respetar o para convencer a sus contrincantes de no ingresar en su territorio, etc. etc.?

No podemos estar en desacuerdo con que si se tienen cárceles donde los criminales no se escapen y donde realmente reciban un castigo ejemplar, se puede lograr que desistan de sus aviesas intenciones, pues estar encerrado en una cárcel de máxima seguridad, de por vida, como algunas que hay en Estados Unidos, puede ser para muchos peor castigo que la pena de muerte.

Es indiscutible que la razón principal del castigo no debe ser la venganza por el delito, sino el ejemplo a los miembros de la sociedad, para disuadir a los criminales. Lo peor que le puede pasar a una sociedad es que los actos criminales sean ignorados.

La educación y la oportunidad de crecimiento económico, acompañado por principios sociales y religiosos establecidos por la mayoría de las sociedades, son los pilares que sirven de sostén a las mismas, para que sus integrantes vivan en paz y armonía.

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