20 June 2007

Otra vez los linchamientos

elEditorial de elPeriódico (20 jun 07)


Es comprensible el grado de desesperación al que han llegado los vecinos de Camotán y Jocotán, Chiquimula, ante el condenable secuestro de niños que está ocurriendo en aquella región, cometido por bandas de desalmados delincuentes. Su indignación es muy grande ante el plagio y el asesinato de la pequeña Alba Michell España Díaz, de solo nueve años, ocurrido la semana anterior, ante el estupor de la población.

Alba Michell era muy apreciada por los vecinos; incluso había ganado el concurso Miss Chiquitita. Pues ante la falta de seguridad que se enseñorea por todo el país, y en señal de protesta colectiva, los enardecidos pobladores quemaron una autopatrulla y una motocicleta de la Policía Nacional Civil, buscaron y localizaron a tres mujeres a las que acusan del crimen y procedieron a linchar a una de ellas. La otra está detenida y la tercera no aparece.

La dolorosa frustración que sufre nuestro pueblo ante el surgimiento de agresiones incalificables de la criminalidad contra vecinos pacíficos y honrados, ha hecho reaparecer nuevamente la práctica del inaceptable linchamiento, el primitivismo de matarnos a golpes, pedradas y garrotazos, como ocurría en las tribus de la antigüedad.

Tal como sucedió en años recientes, grupos de pobladores del área rural están desesperados y frustrados ante el incremento de la delincuencia y la ineficacia de la aplicación de la Ley, por lo que han optado por “hacerse justicia por mano propia”. El auge del linchamiento en numerosos departamentos del interior del país ha corrido paralelo a la crisis del sistema de justicia.

No obstante, nuestros compatriotas deben tomar conciencia de que se trata de un procedimiento ilegal, inaceptable, que debe ser erradicado sin dilación. El linchamiento es uno de los más crueles crímenes en la historia de la humanidad. Además, quienes linchan a un supuesto delincuente se convierten en criminales, porque los tribunales de justicia son los únicos que pueden juzgar, condenar y castigar a un acusado de haber cometido un delito.

Es comprensible el dolor de nuestros compatriotas ante el ataque salvaje de la criminalidad. Sin embargo, es equivocado guiarnos por la ley de la selva en busca de justicia. Lo peor de todo es que una muchedumbre descontrolada corre el riesgo de sacrificar a un inocente. Ya es hora de que las fuerzas gubernamentales de seguridad cumplan su obligación constitucional, inexcusable, de perseguir el crimen y garantizar una convivencia pacífica y civilizada entre los guatemaltecos. ¿O queremos que la población se cobre ojo por ojo?

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