Por Lorena Seijo y Oscar Figueroa
Prensa Libre (3 jul 07)
Élmar Armando Rodríguez aún ignora que todo el caos que se generó ayer en Cunén, Quiché, se debió a que un adolescente aceptó la propuesta indecente de su vecina, Edith Reina, y accedió a secuestrarlo a cambio de Q25 mil.
“Veinte días estuvo convenciéndome para que me robara un niño de 3 ó 4 años. Me ofreció Q25 mil por llevárselo”, confesó, en k´iche´, Juan Maldonado Chivalán, tras haber sido detenido por miembros de la comunidad.
La mujer que le propuso el negocio desapareció del pueblo la noche del domingo, antes de que la turba, indignada por el secuestro del menor, se dirigiera a su casa para lincharla. Al no encontrarla, quemó su vivienda.
Ya enardecidos, los vecinos se encaminaron a la subestación de la Policía Nacional Civil, en la que ya no quedaba ningún agente, y también la incendiaron. Para rematar la faena, desmantelaron el juzgado.
Ni la Policía ni el juez volverán al municipio, de momento, según dispusieron las autoridades.
Los grandes ojos de Élmar miraban curiosos a toda esa gente que estaba reunida en la plaza del pueblo desde las 8 horas. Entre el tumulto, su padre, Héctor Rodríguez, daba gracias por el regreso de su hijo, de 5 años, sano y salvo, después de tres días de haberlo buscado desesperadamente.
Su secuestrador se lo había llevado de la aldea Sansiguán, el jueves recién pasado, a las 16 horas. Según relató su padre, los vecinos vieron cómo Maldonado Chivalán lo cargaba hasta Cunén, para entregarlo a la vendedora de niños.
La fortuna quiso que la mujer no se encontrara en su vivienda cuando el ahora detenido fue a entregar al pequeño, por lo que, desconcertado, ya que era la primera vez que participaba en el negocio, decidió abandonarlo en una comunidad vecina.
“El niño empezó a llorar, y al ver a un señor que estaba en una tienda lo abrazó y le llamó papá”, contó Rodríguez en su precario español. El hombre que lo recogió del camino se lo entregó a su familia dos días después, porque creía que había sido abandonado. En ese momento se descubrió quién había sido el captor, y la anarquía se extendió por el lugar.
Después de expulsar a las autoridades, la comunidad, en asamblea, decidió, a las 12 del mediodía, castigar al adolescente con 25 latigazos y entregarlo a la Policía, que regresó de Nebaj, donde se había escondido, con equipo antidisturbios.
Adultos y niños corrieron para conseguir el mejor lugar para observar la tortura: la cancha de baloncesto. Pero, para la mayoría, el castigo no era suficiente, por lo que gritaban: “Eso no duele, denle con un alambre, échenle gasolina”.
La falta de sed de venganza del padre del menor impidió que la cosa pasara a mayores.
Rodríguez sólo demandó que se condenara al secuestrador de su hijo a 20 años de prisión, pues ignoraba que el Código Penal apenas establece de uno a tres años de cárcel por sustracción de un menor.
Mientras tanto, el Ministerio Público y los delegados de la Procuraduría de los Derechos Humanos, que llegaron pocos minutos antes de la flagelación permanecían impasibles.
Según los líderes comunitarios, la mujer del negocio, Edith Reina, recibía habitualmente a mujeres embarazadas en su casa y les compraba sus bebés. “Lo que no sabemos es quién se los compra a ella. Algún ingeniero de la capital”, decían, con tono de impotencia.
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