Por Mario Fuentes Destarac
elPeriódico (23 abr 06)
Se conoce como linchamiento a la forma popular, colectiva y tumultuaria de ejecutar la justicia, satisfacer una venganza o plasmar una aversión, dando muerte, al estilo de una ejecución de la pena capital, sin esperar el pronunciamiento de una sentencia condenatoria por un tribunal competente. Es una justicia popular directa, ejecutiva y ejecutora al máximo.
En Guatemala, el linchamiento es un asesinato, o su tentativa, cometido por una muchedumbre, y se ha intentado justificarlo por la ausencia de o falta de acceso a la justicia oficial. Sin duda, este asesinato tumultuario es un fenómeno creciente e incontrolable en nuestro país, no aislado, que ha venido multiplicándose, pero cuyas raíces no son necesariamente por ausencia de o falta de acceso a la justicia, como se ha pretendido hacer creer. Prueba de ello es que en los lugares que acusan mayores índices de linchamientos existen juzgados y hay presencia de fuerzas de seguridad. Tampoco se puede afirmar que el sistema de justicia indígena promueve el linchamiento, como también se ha señalado, porque dicho sistema busca resolver los conflictos de manera pacífica, conciliadora y reparadora, y no a base de venganzas violentas.
El común denominador en los linchamientos es que la muerte del “humilde e indefenso” condenado no es bastante. Hay que destruirlo, pero lentamente, minuto a minuto, golpe a golpe, sufrimiento tras sufrimiento, reanimándolo cada vez que pierde el sentido; en fin, hay que conservarlo vivo hasta el último momento para hacerle experimentar en su cuerpo y en su alma todo el poder del verdugo, todo el peso de su fuerza, toda la humillación de su justicia.
En mi opinión, el linchamiento es producto de impulsos sadomasoquistas propios de una comunidad enferma, a la que se le ha negado la libertad y el ejercicio pleno de los derechos humanos; en cuyo seno se experimentan tendencias compulsivas hacia la sumisión y la dominación, así como sentimientos de inferioridad, impotencia, envidia, frustración e insignificancia, que derivan en el sometimiento a poderes violentos que ofrecen al individuo venganza, destrucción y muerte. No deben echarse en saco roto, entonces, las relaciones comprobadas entre los linchamientos y las regiones donde hubo más violaciones a los derechos humanos durante el enfrentamiento armado interno, o entre los linchamientos y las comunidades con menores índices de desarrollo humano, con mayor ruptura del tejido social, con fuerte presencia de ex PAC o en donde imperan los fundamentalismos religiosos que pregonan la maldad innata e insignificancia del ser humano, la humillación y el individuo como instrumento pasivo de Dios.
La erradicación del linchamiento sólo será posible a través de la respuesta contundente del sistema de seguridad y justicia del Estado, así como de la educación para la libertad, en el marco de un espíritu democrático que reconozca y respete la dignidad humana, la espontaneidad del ser humano y la expansión y el desarrollo de su personalidad y potencialidades.
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